30 de junio de 2008.- Yo me bañé anoche en Trafalgar Square y les juro por la abuela de Luis Aragonés que no lo hice solo. Un tsunami español se adueñó ayer del corazón de Londres y convirtió la capital del imperio británico en un enclave de ultramar del Estado de las Autonomías.
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No es sólo que muchos pubs redescubrieran el bombo y se llenaran de españolitos armados de camisetas, bocinas y banderas presa del gusanillo incrédulo de que quizá pudieran celebrar el triunfo. Tampoco que los ingleses fueran arrolladoramente con España, en parte porque sienten como suyos a futbolistas como Cesc o Torres y en parte por el rencor sempiterno hacia los teutones, cuyas bombas caían hace apenas medio siglo sobre los tejados.
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Lo apoteósico del triunfo de ayer y de su resaca es la explosión de españolidad en las calles de Londres, el hallazgo a la vez evidente e inesperado de que esta es también una ciudad española.
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El follón empezó en Piccadilly, donde cientos de personas se abalanzaron sobre la estatua de Cupido con una felicidad bobalicona, repentina. Los 'bobbies' trataban de poner orden pero era imposible. La furia se desparramaba por los adoquines y bajaba como una marea por Leicester Square y Haymarket hacia Trafalgar. Y allí fue donde me bañé yo. En una de las dos fuentes gemelas que presiden la plaza. Envuelto en una traca incruenta de gritos, cánticos y banderas acompasada por los pitidos cómplices de los coches, que subrayaban la monstruosidad de la hazaña.
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Fue entonces cuando oí por primera vez el grito. "¡Gibral-tar, espa-ñol! ¡Gibral-tar, espa-ñol! ¡Gibral-tar, espa-ñol!". No podía creerlo. Allí. En el corazón del imperio británico. Al pie de laestatua de Nelson. Pero qué profanación. Pero qué sacrilegio.
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Lo dicho. Que anoche me bañé en Trafalgar Square. Tengo pruebas gráficas que lo acreditan. No las sacaré aquí por pudor y porque no se avergüence mi abuela África. Puedo decir, eso sí, que cubre por la rodilla. Y que me tropecé con unos salientes traicioneros que recomiendo evitar para ulteriores citas. Pero ni siquiera me di cuenta de la sangre de mi mano hasta que salí del agua. Quizá fuera el espíritu de Churruca o de Gravina. Allá arriba, en lo alto de su columna, Horacio Nelson debió de pensar: "Y para esto me dejé yo la piel en las aguas de Cádiz...".
EDUARDO SUÁREZ desde Londres
© Mundinteractivos
Foto : Vista de la plaza londinense de Trafalgar Square.
(MATT DUNHAM AP).
Y yo, rememorando la escena final de la eterna Casablanca, siempre me preguntaré ...
¿por qué tuvimos que coger ese avión?
salu2
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